¿De qué sirve adornar nuestros templos, llenándolos de oro, si no nos interesamos por atender el verdadero templo, el que no es de piedra, el de carne y hueso; representado en los pobres, quienes sufren a diario todo tipo de abusos y olvidamos algo importante: en ellos habita Cristo?
Nos gusta ir detrás del poder, pero evitamos acercarnos al pobre. Más que eso: lo abandonamos en el frío y la desnudez, que es lo mismo que abandonar a Cristo (“Porque tuve hambre, y no me disteis de comer…”).
Cesáreo de Arlés, que vivió entre 470 – 542, habló en sus sermones con mucha fuerza en defensa de los más necesitados. Sus palabras tienen vigencia en nuestros días en que somos tentados por la opulencia y los grandes espectáculos que prometen noches de explosiones de milagros, dejando a un lado al Cristo crucificado. En uno de los mensajes de Cesáreo exhortaba de esta manera: “Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres. Como dijo Él mismo: ‘Cada vez que lo hicieron por uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron’. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra. ¿Cómo somos nosotros, que cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar? Porque cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad”.
Y finalizó su prédica: “Les pregunto, hermanos, ¿qué es lo que quieren o buscan cuando vienen a la iglesia? Ciertamente la misericordia. (…) La realidad nos dice que todos quieren alcanzar misericordia, pero pocos están dispuestos a practicarla. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquel un bocado, tú la vida eterna. (…) Den y se les dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar”.
Dr. Rolando Escobar – ASÍ PENSAMOS